Ella sostenía una única cosa en la palma de su mano: un trocito de papel en el que alguien había anotado un número de teléfono. No sabía quién, pero estaba segura de que esa persona era alguien importante. En el papel había un dibujo y 9 números en rojo. Y fue entonces cuando ella recordó el sonido de una puerta que se cierra, el aire de las tres de la mañana, la soledad del callejón. Ladrillos lo suficientemente viejos como para contener varias vidas de inscripciones. Salir sola de un bar significa a veces salir con demasiadas pastillas en el cuerpo. La situación puede volverse extraña y todo lo que percibes se vuelve inevitablemente en tu contra. El sonido de un chico de unos quince años vomitando su propio pastel de cumpleaños, una niña a punto de ser violada en la estación, un taxista borracho en la autopista por el carril contrario, una familia de hamsters devorando los muebles de tu casa, los impuestos que debes pagar con la boca abierta y las manos vacías, los anuncios de aparatos de gimnasia del canal 7. Catástrofes que caben en un video clip, que son el auto resumen de tu vida.
Alguien ha llamado a la ambulancia porque, a pesar de su estado o quizá por él, escucha la sirena en stereo, las ruedas, la forma brusca de frenar. Por eso ella comienza a alejarse sin apenas andar, sin poder hacerlo, porque todos saben que nadie necesita compañía cuando pierde un zapato. Y menos esa clase de compañía que va a llevarte al hospital. No quieres que te vean, que sepan que eres lo bastante torpe como para haber bailado durante dos horas en un local. No es triste, ni humillante, ni siquiera es gracioso. Es una definición de diccionario y a estas alturas, no quieres que te lean. Sólo pretendes una cosa...
- Escapar...quiero escapar.
Y lo repite una y otra vez, como quien sopla polvo o pide auxilio en braille. Escapar quiero escapar. Escaparquieroescaparescaparquieroescaparquiero...escapar. No esperaba respuesta, sabía o creía saberse encerrada. Y era esa sensación de niña atrapada dentro de la chimenea la que no la dejaba ejercitar un giro de muñeca completo, lo que le impedía acercarse a la mesilla, a los libros que él le había regalado. Que tú le habías regalado. Que buscaste, envolviste y dejaste sobre la cama de ella un día antes de desaparecer. Ahora todo el mundo opina, silba, anota. Todos parecen tener algo que decir sobre tu ausencia. Estúpidos, todos son estúpidos por el simple hecho de creerse con más respuestas que nosotros. Que los demás opinen sobre tu estado de ánimo en una tabla de gráficos hace que no tengas derechos sobre la caja de agujas que tu madre te mandó el día de tu cumpleaños. No puedes, una vez hiciste daño a Ana. Recuerda. Habitación 106. Una vez intentaste coserle los párpados para que no viera que nadie iba nunca a visitarla. Para que no se sintiera sola. No fue una buena opción. Castigo, te mereciste un castigo. Y recuerdas que dolió, pero no eres capaz de recordar cuánto.
Giras el cuello. Despacio. Como en el calentamiento de gimnasia antes de hacer la paloma, la mariposa o cualquier nombre de animal que sirva para que una clase repleta de adolescentes demuestre la resistencia de su hueso parietal. Derecha, abajo, izquierda, arriba. Tienes que repetir el mismo movimiento hasta que tu memoria te ofrezca una respuesta. Tienes que recordar, para poder llamar, para poder oír como él dice...
- Vente conmigo, podemos ir a cualquier parte... a Viena, sería bonito estar allí, ahora, sobre el puente...
- Mejor bajo el puente, cerca del río...el sonido del agua, las barcas, bueno -entonces ella duda...parpadea- en realidad no importa el sitio. Lo que de verdad importa es que nadie vaya a reconocernos, que no vuelvan a llevarme lejos de ti, a esa sala con paredes grises y posters con limones amarillos. Allí todo huele a plástico y la gente parece decirte buenos días con sonrisa de idiota, sólo porque en tu perfil pone psicópata en potencia, o pirómana con arranques frecuentes de euforia selectiva. Tengo derecho a gritar, incluso a quemar mi propia caja de fotografías y no por ello me merezco un maldito código de barras. Un...
- Lo sé, sé que en ese momento todo era dolor, que tú no querías, que yo debí... pero yo... no te culpo. Me marché de repente, sin avisar. Me llevé algo de tu dinero. Y no llamé. Pero tuve que hacerlo, desde hacía días ellos me buscaban, me exigían actuar. Pero no podía. Fui incapaz...
- De hacerme daño. (Silencio) (Suspiro)
- Te quería...te quiero...no sé, todo esto suena lo bastante estúpido como para pegarme un tiro y desparecer deprisa. Pero simplemente esta vez no podía hacer lo mismo. Por eso huí. Por eso y porque no estaba preparado para quedarme.
- ¿Ahora sí?
-Sí.- Está bien, puedes quedarte, en este cuarto hay sitio para los dos, pero tienes que meterte debajo de la cama si viene la enfermera.
-Prometido.
- Prueba a ver que tal te sientes ahí abajo, si hay bichos avisa. Tengo un mechero (sonríe, ella sonríe y por primera vez en esta historia se siente guapa) ¿estas bien?
- Sí
- Pero el suelo está frío... ¿No quieres una manta?
-No importa, es sólo un rato. Luego me subo contigo.
- (...)
Se abrazan y su felicidad tiene consistencia de película francesa. A pesar de que, vista desde fuera, la chica con un cuadro de esquizofrenia indiferenciada está hablando sola. Aparentemente feliz. Mentalmente ausente. Muerta. Socialmente muerta. Un primer plano para el diario que está escribiendo la enfermera jefe sobre la evolución de un recuerdo dormido:
"Paciente XYZ01. Habitación 111. Norah es feliz. La dosis de pastillas parece hacerla reaccionar. Respuesta positiva."
La vida empieza y acaba en un mismo trozo de papel. Apenas nueve números.